Bautismo


       Nunca te gustaron los ascensores. Es más, les tenías terror. Las tortas te gustan de chocolate y dulce de leche. Tu lugar en el mundo: Mar del Plata, sin pensarlo. Siempre pasaste desapercibido, no eras ni el diez ni la manzana podrida. Uno más del montón. Para vos la felicidad es el domingo: el asado la familia, el vino, la guitarra, y si después pinta un picadito, bueno ya está, no tenés más que pedirle a la vida. Te das maña con todo lo manual, con la mecánica, lo práctico. Del bicho de la cuna hasta el cajón. Siempre te gustaron los trenes y los coches. Te consideras un tipo común. Estos días, no sabés por qué, te estuviste acordando de cuando internaron a tu sobrino Santi. Era de esos inviernos jodidos, de diez grados bajo cero. No querías salir ni a jugar a la pelota. Que no caías, eras pendejo y no caías. Ya la veías llorar a la vieja y pensabas, ésta siempre llora por to do. Llora todavía por el viejo, que murió hace diez años .

        El Viejo, que con cada gota de tiempo que cae, se te va borrando. Que ya no sabés si lo conociste, o eso que quedó es lo que te fuiste armando con pedazos de imágenes, anécdotas y fotos. Que fuiste rellenando con lo que te hubiera gustado que sea. El Viejo, que arreglaba ascensores. Y murió arreglando uno. Cayó por el agujero. Noche y noches enteras soñás con esa caída. Caés, y cuando llegás a suelo, está el Viejo todo ensangrentado, se mira, te mira, y te pregunta, ¿qué me pasó hijo, cómo es que me caí’? Creciste con un agujero, incompleto. Te hizo tanta falta. Tantas veces, que ya ni te acordás cuántas. Te tuviste que hacer fuerte, el hombre de la casa.

      Y otra vez Santi. Te acordás que esa noche te fuiste igual a bailar porque pensaste que era como las otras veces, un par de días internado y de vuelta a casa. Lo de siempre, los bronquios. Y cuando volviste a casa, y viste las caras, y te dieron la noticia empezaste a decir no, no, no, tiraste la mesa, te agarró como un ataque y cuando viste que la vieja tenía cara de susto agarraste la moto y anduviste como loco, como ciego, ni idea cuantos minutos, u horas o días pasaron. Fue de esos momentos cuando el tiempo entra en otra dimensión y se detiene, o se quizá, simplemente se fuga. Caíste de golpe. Eras pendejo, sí puede ser. Pero la realidad es que nunca te lo perdonaste y ese día cambiaste. Te volviste otro. Más frío. Un hombre con una deuda. Prometiste que nunca le iba a faltar nada a tu familia. Como sea.

      Tenías catorce años. Dejaste la secundaria y desde entonces viviste las mil y una en laburos mal pagos, hiciste de todo: delivery, ayudante de pizzero, remisero, volantero, cortapasto, churrero, vigilancia, cobrador, vendedor. Te cansaste de ver nenitos de mamá quejarse de llenos, ahogarse en un vaso de agua. Si fuera verdad eso del sacrificio. Si te pagaran por sacrificio estarías viviendo en un yate. Pero no. Y también como algunos de la cuadra se cansaron de ser menos que un caballo y empezaron a derrapar. El Mono, ya entró y salió dos veces. De esto es difícil volver, te dice siempre. Cada vez salís peor, cada vez más difícil conseguir laburo, cada vez más a mano volver a caer.

       Lo que se podrían llamar las mejores épocas recién vinieron hace unos años, que conseguiste de operario. Horarios rotativos, francos rotativos. Vivís para el laburo, a su disposición. Y encima, tenés que estar agradecido , te dicen, entraste de suerte , con esa cara .

        “Lo que pasa es que vos tenés portación de cara ” te dicen siempre. Vos hacés que te reís pero bien que te gustaría darles una buena trompada. Ya es rutina que te van a parar siempre con la moto, para pedirte los papeles, por más que vayas con los nenes, por más que tenés la patente. Siempre, te paran, igual que cuando ibas a bailar. Como la noche esa de Santi.
       
         Sabés que siempre hay una primera vez para todo. Pero no siempre nos organizan un bautismo ni nos dan regalos. Simplemente, sucede. Te acordás de la primera vez que te pagaron con recibo de sueldo. Recién ahí conociste lo que es llevar a los pibes a comer a un lugarcito más o menos, comprarte un usado, ir al corralón a comprar ladrillos. Pero hay cosas que no llegaste. Los chicos por suerte ya no tenían que comer en el comedor, pero no los pudiste mandar a la privada y tienen clase día por medio. Pero bueno. A veces te da bronca, porque te acordás cuando eras vos pibe y los los del otro grado te decían “negro”. Te elegían último en el delegado. Y ya sufrías la portación de cara porque digas lo que digas, la señorita no te daba ni chance. Pero bueno. Van a la escuela. Con zapatillas, con campera. Parece una pavada, pero para mí es un orgullo , le contaste a la viejita, cuando empezaste a comprarle vos la ropa y no usaban sólo la que les pasaban. Hasta tenías una tarjeta. Que tenía tu nombre tu foto. No importaba tu cara. Para comprar servía igual.
   
       Pero hace un tiempo la mano cambió.


         Resulta que en la misma semana, Yèsica te dice que quiere separarse, que te vayas para lo de tu vieja, que no da para más. Te echan del laburo “Por reducción de personal”. Bruno primero y Daniela, después, se enferman, los bronquios, y ya no te quieren atender en la clínica porque tenés vencido el carnet. Tienen vergüenza y no quieren ir la escuela porque tuvieron que volver a comer en el comedor y no querés ni pasar por lo del Tano porque se te cae la cara de vergüenza de todo lo que le debés del fiado. A la vieja la ves caída y se te murió Roberto, el gato que tenías desde los 10 años. La casa está fría, los nenes necesitan que esté calentito pero el caloventor hace saltar la térmica y las frazadas gordas se arruinaron cuando entró agua en la última inundación. Yèsica te llama, te presiona, que sos el padre, que algo tenés que hacer, que tienen mocos, escuchale la tos. Ya le pediste a los conocidos, nadie te puede prestar, están todos en la misma. El Mono ya te ofreció varias veces, y te dijo que te quedes tranquilo, que no pasa nada, que siempre hay una primera vez, que despostar cuesta la primera vez, después es sólo sangre Fuiste con el diario, mandaste por internet, pero, nada. “ El tema tuyo es la portación de cara ”, te recuerda, socarrón, tu cuñado.


       Prendés la moto, le cuesta arrancar. Otra vez la imagen de Santi, que vuelve, que no se va. ¿Será por estos fríos, jodidos, de diez grados bajo cero? Te subís y empezás a andar. Solo. Te cruzas varios vecinos, te saludan como siempre. Te sale a chumbar el perro del vecino. Como un día cualquiera de un
tipo común. Visto desde afuera. Desde adentro se ve distinto. Hoy ya tu vida no vuelve a ser la misma. Tratás de no pensar porque estas cosas hay que hacerlas de una. Tratás pero la imagen de Santi que vuelve. Ponés segunda, tercera, aceleras, doblás a la derecha. Hoy, es tu Bautismo. Este, es sin agua bendita ni plegarias, pero sí con llanto y con dolor. Para adentro. Te prometiste una y mil veces que no lo harías, pero hoy llegó el día.

Hoy, comienza el antes del después.
Hoy, vas a hacerlo.
Hoy, vas a salir de caño.

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