Mirá Isabel

Claro, para vos es fácil decirlo. Porque no estás en mi lugar.
Desde afuera somos todas heroínas, todas progres, todas sororas.
Pero ¿y a la que le pasa? ¿La que tiene que poner su cara, su nombre, su vida?
¿Quién quiere ser la de la cara fruncida? Quién quiere enamorarse de la traumada? Quién quiere salir a tomar algo con la doliente, quién quiere vacacionar con la desmembrada?
Quién quiere ir por la calle viendo como susurran “mirá, ahí está, pobre”?
¿Vos qué sabés Isabel, eh? Qué sabés?
No me hables de esas cosas.
Mirá Isabel, vos habrás leído muchos libros, habrás ido a muchas marchas, pero vos, no sabés nada.
¿Sabías que los lobos parecen perros mansos cuando salen a la calle, pero en su cueva, haya luna llena, o sol, o esté nublado se transforman en bestias?
Para vos es fácil Isabel, hablar siempre es tan fácil.
Vos no sabés lo que es la vergüenza, no sabés lo que es huir desesperadamente siempre, escapar. Del amor, de lo estable, del placer, por las dudas, por lo cierto.
¿Qué sabés vos del terror, más que las películas que viste cómodamente acostada en tu lecho de rosas?
¿De qué denuncia me hablás Isabel? ¿Estás loca?
Ah sí? a ver, ¿Vos cuántas veces fuiste a solicitar una perimetral, eh, Niña Bien?
No, no voy a hablar.
Ya te dije que la puerta no te la voy a abrir, no me insistas, que es peor.
¿Ah sí? ¿Vos sabés lo que es llegar a tu casa, y que este el patrullero en la puerta? Porque el tóxico de turno se quiso suicidar cuando le dijiste, simplemente, que no es no? ¿Vos viviste la cara de los vecinos, el escándalo de las miradas por las persianas?
¿Tenés idea de lo que es el silencio cómplice de tu familia?
Entonces haceme el favor y cerrá la boca, Isabel.
Pero no, Isabel, no se puede. Es intocable, ya está. No se puede hacer nada. Me tendré que acostumbrar, o me tendré que mudar a otro barrio, o, simplemente, irme.
Qué tranquilidad sería por fin, irme. Para siempre.
¿Sentiste alguna vez que tu cuerpo sea tu propio cautiverio?
Pero por qué no me hacés un favor y te callás Isabel?
Callate si querés ayudarme. No me vengas con eso de “empoderarse”, que me ponés más nerviosa.
Cuando crecés en el infierno, pasan los años y se transforma en tu paisaje cotidiano. Y luego se confunde con tu propia piel.
Y cuando al madurar, te das cuenta que, quien tenía que protegerte, calló, miró para otro lado...
¿Sabés que te queda?
Huir, olvidar. Evadirse. Resignarse.
No, no voy a llorar, no voy a hablar, no voy a denunciar.
¿Vos sabes lo que es estar muerta en vida, Isabel?
¿Pero qué decís? ¿No ves que es él o yo? Má qué jueza, ni escrache, ni que ocho cuartos.
El tipo me arruinó la vida, y anda como un señor, por la calle, como si nada.
No te voy a abrir la puerta, andá Isabel, déjame tranquila.
No pierdas más el tiempo. Ya está. Yo te agradezco pero ya es tarde. Tendrías que haber tocado mi puerta cuando tenía once, y todavía me podías salvar.
Mirá Isabel, me cansé de correr la suerte, de correr la coneja y de ser siempre la última. Ahora voy a quedarme quieta, a ver si de una vez por todas, la suerte me encuentra a mí.
Estoy podrida Isabel, no doy más. No tengo descanso, no tengo consuelo.
No quédate tranquila, no estoy llorando, no pasa nada.
Sí ya sé que vos golpeaste a mi puerta, que tu intención es buena, pero no me digas que entendés, porque no entendés. Para entender, vos tendrías que nacer de nuevo y habitar mi piel.
Anda de una vez, haceme el favor.
Isabel... estás ahí?
¿Isabel?
¿Ya te fuiste?
Isabel...
Ah, menos mal.
Vení, pasá Isabel. Vení, dame un abrazo.
Sentate. ¿Querés un mate? Perdoná.
Bueno está bien. Contame. ¿Cómo es eso de la denuncia?

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