Visita
Para Victoria “Toia” Amestoy.
En su memoria.
Días después comprendería que las sucesivas noches de insomnio que precedieron a su visita, eran el rinraje que jugaba conmigo.
Estoy manejando y de pronto se me aparece en el asiento de atrás. Está tan feliz, diáfana y clara. Yo no sé si manejar, si hablarle, si frenar, si largarme a llorar. Y ella se ríe. Cómo se ríe, burlona, de mí. De mis preocupaciones, de mis culpas. Es que Ella puede leerme, puede desnudarme con sólo mirarme. Ahora que dejó el envase. Ella me ve y se ríe, burlona, de mi eterno afán de adelantarme por si acaso, por si sí, por si no.
Mientras me explica no quiero ofenderte, es sólo que ahora me causa tanta risa todo, que se creen tan importantes ¡ay, ellos! y las preocupaciones, Dios mío, sobretodo ¡qué manía tienen con las preocupaciones! Y se ríe y yo la escucho.
Entonces, la increpo: -¿por qué te diste por vencida? Y ella me responde: -porque vos sabes mejor que yo, que llega un momento que podemos ayudar más acá que allá.
Recibo el golpe bajo, las lágrimas brotan y un alud de tormenta y miel me sale por la garganta, y sí, es inevitable, sí. Le pregunto por ella. Le pregunto si la vio.
Sí más vale pibita- y se sonríe, y mi dolor la calma. Tranquila, está siempre cuidando, sigue siendo pesada... Ja. Y tranquila. Ni cuando la burlo porque no toma mate, se enoja. Igual yo ando más por acá ... estos me dicen que me tengo que ir pero yo ni loca me voy. Hasta que resuelva lo del jardín de la más chica y la vea sonreír a la más grande, no pienso irme. Me escuchan? (Y pone las manos como megáfono y grita arriba:) No me voy a ningún lado!!!!
-Escuchame, necesito que les avises que estoy, que cambié la forma nomás. .Van a pensar que estás loquita. Por eso te elegí. Porque un poco loquita ya estás! Por eso, y porque siempre estás con las puertas abiertas...
Y se ríe. Se ríe tanto.
Ya no está calva ni esquelética. Ya no tiene ojeras ni está cansada. Es como una chispita que salpica el aire.
Bueno, tengo que irme .A bailar mi chacarera preferida (me guiña el ojo). Avisá que estoy bien, que estoy ahí y que no se van a librar de mí tan fácilmente. Se vuelve a reír. Y empieza a irse, lento.
Entonces le pido y le ruego por favor que se quede. Por favor, porque tengo muchas cosas que decirle a ella. A mi mamá .Que me haga de mensajera.
Que necesito decirle que yo no sabía lo que era el dolor de verdad hasta que se fue, pero que en definitiva el dolor siempre es uno, sólo que creernos únicos lo hace más pesado. Que sí, que ya sé que estuvo ahí cuando nacieron los nietos. Que yo también pongo la ropa del día siguiente en una silla para no despertar a nadie cuando me voy, y que me di cuenta que todas esas pequeñas cosas, esos gestos, ahora a la distancia parecen joyas, que desesperada intento guardar en un cofre para que no se los lleve el mordaz e implacable tiempo. Que daría lo que sea porque aunque sea una sola noche, lo duerma a Coco con el cuento de Rin Rin el renacuajo o poder ser mecida en la víspera del sueño por su voz (que se me escapa como agua de las manos) cantando al viento, que le pide a la lluvia que quiere volar...y volar.
Que ahora sé que nadie se muere de una vez y para siempre, que si hay algo que no es definitivo es la muerte ajena.
Que nadie se va del todo, sino que se va yendo por partes.
Yo lo supe aquella vez que me caí en la zanja con el auto .Y me quedé ahí, paralizada, esperando no sé qué. Hasta que me di cuenta que a partir de ese momento, para salir, tenía que sacarme yo misma. Me arremangué, empujé y salí. Cada vez que estuve por llamarla, o que necesite contarle, o descubrí su lugar vacío, todas esas piezas fueron las cuotas, las dosis macabras de la muerte.
Que si se fueran los miserables y se quedaran los que valen la pena, qué distinto sería el mundo.
Y que…
Pero cuando levanté la vista, ya se había ido.
No sé a dónde, prefiero elegir pensar que se fue a su lugar luminoso y perfumado a descansar.
Mientras me explica no quiero ofenderte, es sólo que ahora me causa tanta risa todo, que se creen tan importantes ¡ay, ellos! y las preocupaciones, Dios mío, sobretodo ¡qué manía tienen con las preocupaciones! Y se ríe y yo la escucho.
Entonces, la increpo: -¿por qué te diste por vencida? Y ella me responde: -porque vos sabes mejor que yo, que llega un momento que podemos ayudar más acá que allá.
Recibo el golpe bajo, las lágrimas brotan y un alud de tormenta y miel me sale por la garganta, y sí, es inevitable, sí. Le pregunto por ella. Le pregunto si la vio.
Sí más vale pibita- y se sonríe, y mi dolor la calma. Tranquila, está siempre cuidando, sigue siendo pesada... Ja. Y tranquila. Ni cuando la burlo porque no toma mate, se enoja. Igual yo ando más por acá ... estos me dicen que me tengo que ir pero yo ni loca me voy. Hasta que resuelva lo del jardín de la más chica y la vea sonreír a la más grande, no pienso irme. Me escuchan? (Y pone las manos como megáfono y grita arriba:) No me voy a ningún lado!!!!
-Escuchame, necesito que les avises que estoy, que cambié la forma nomás. .Van a pensar que estás loquita. Por eso te elegí. Porque un poco loquita ya estás! Por eso, y porque siempre estás con las puertas abiertas...
Y se ríe. Se ríe tanto.
Ya no está calva ni esquelética. Ya no tiene ojeras ni está cansada. Es como una chispita que salpica el aire.
Bueno, tengo que irme .A bailar mi chacarera preferida (me guiña el ojo). Avisá que estoy bien, que estoy ahí y que no se van a librar de mí tan fácilmente. Se vuelve a reír. Y empieza a irse, lento.
Entonces le pido y le ruego por favor que se quede. Por favor, porque tengo muchas cosas que decirle a ella. A mi mamá .Que me haga de mensajera.
Que necesito decirle que yo no sabía lo que era el dolor de verdad hasta que se fue, pero que en definitiva el dolor siempre es uno, sólo que creernos únicos lo hace más pesado. Que sí, que ya sé que estuvo ahí cuando nacieron los nietos. Que yo también pongo la ropa del día siguiente en una silla para no despertar a nadie cuando me voy, y que me di cuenta que todas esas pequeñas cosas, esos gestos, ahora a la distancia parecen joyas, que desesperada intento guardar en un cofre para que no se los lleve el mordaz e implacable tiempo. Que daría lo que sea porque aunque sea una sola noche, lo duerma a Coco con el cuento de Rin Rin el renacuajo o poder ser mecida en la víspera del sueño por su voz (que se me escapa como agua de las manos) cantando al viento, que le pide a la lluvia que quiere volar...y volar.
Que ahora sé que nadie se muere de una vez y para siempre, que si hay algo que no es definitivo es la muerte ajena.
Que nadie se va del todo, sino que se va yendo por partes.
Yo lo supe aquella vez que me caí en la zanja con el auto .Y me quedé ahí, paralizada, esperando no sé qué. Hasta que me di cuenta que a partir de ese momento, para salir, tenía que sacarme yo misma. Me arremangué, empujé y salí. Cada vez que estuve por llamarla, o que necesite contarle, o descubrí su lugar vacío, todas esas piezas fueron las cuotas, las dosis macabras de la muerte.
Que si se fueran los miserables y se quedaran los que valen la pena, qué distinto sería el mundo.
Y que…
Pero cuando levanté la vista, ya se había ido.
No sé a dónde, prefiero elegir pensar que se fue a su lugar luminoso y perfumado a descansar.
Me despierto con lágrimas y aserrín en los ojos y me doy cuenta de que tengo que cumplir la promesa. Y que sí, a pesar de quedar como una total desquiciada, voy a hacerlo, voy a ir contándole esta historia a cada uno de sus seres queridos en el cumpleaños de su hermano.
Eso sí, voy a tener que agacharme para entrar en la casita del té que tienen Juana y Pilar, y sentarme en una silla diminuta, para poder comentarles entre tecitos de agua de charco y tortitas de barro, que yo sé que se siente, que por más que tengas tres o nueve o treinta y siete años, quedarse guachita es la zanja más honda y oscura....de la que se sale sola.
Que hay alguien muy especial, algo así como un ángel, que va a despertarlas varias noches seguidas. Pero que no se asusten, sólo está jugando un poco al rinraje para anunciarse.
Porque cuando entren mecidas por un cuento, en el pasadizo de los sueños, ella va a estar esperando que dejen la puerta abierta para poder hacerles…
Eso sí, voy a tener que agacharme para entrar en la casita del té que tienen Juana y Pilar, y sentarme en una silla diminuta, para poder comentarles entre tecitos de agua de charco y tortitas de barro, que yo sé que se siente, que por más que tengas tres o nueve o treinta y siete años, quedarse guachita es la zanja más honda y oscura....de la que se sale sola.
Que hay alguien muy especial, algo así como un ángel, que va a despertarlas varias noches seguidas. Pero que no se asusten, sólo está jugando un poco al rinraje para anunciarse.
Porque cuando entren mecidas por un cuento, en el pasadizo de los sueños, ella va a estar esperando que dejen la puerta abierta para poder hacerles…
Una visita.
Comentarios
Publicar un comentario