PALPITO


Todavía es de noche cuando se levanta y le cuesta despabilarse porque casi no pegó un ojo por el calor y los zumbidos. Se levantó tres veces: a poner el espiral, al baño y a mojarse un poco la nuca. Antes de salir se toma tres mates, le da un beso a la Flaca, que está dormida, le deja agua al Rayo, que le mueve la cola, lo acaricia, y sale.
Apenas pisó la calle tuvo el pálpito. Algo iba a pasar. La vieja le decía que por pisciano es que intuía tanto. Y siempre le repetía: acordarte de escucharte. No era el primer pálpito que tenía: cuando le robaron la moto allá en la ruta 3, cuando lo estafaron con el auto, cuando la Flaca se fue a Corrientes embarazada y tuvo que a dar a luz al tercero en el micro. Algo le avisaba que iba a pasar algo. No exactamente qué... Algo. Era como un hilito que tiraba desde adentro.

       Casi vuelve a dejar la billetera, a ver si era eso lo que se palpitaba. Pero si volvía perdía el de y trece. Ma sí, total, lleva la llave, la sube y en la billetera el documento viejo y cincuenta pesos. Por las dudas. Nunca se sabe. Como están las cosas. Quizá lo agarran yendo a la parada del colectivo.

           A las cinco de la mañana es el mundo antes del mundo. Como si fuera la antesala. Es la hora en que los árboles, los pájaros y los obreros  hacen girar el mundo, ejecutando la melodía del silencio.

Se sube al colectivo. .Son ocho pasajeros como casi todo este mes. Hubo meses que llegó a haber quince. Todos se saludan con la cabeza, eligen la ventana, apoyan el bolso en el otro asiento porque a esa hora es su único acompañante. Y miran por la ventana. Quizá disfrutan ser movidos sin moverse. Quizá buscan desesperadamente ver algo extraordinario. Quizás viven con placer su único momento de ostracismo.
Baja y cruza la ruta, de a poco se va asomando el sol. Esquiva los charcos y el barrial que dejó tanta lluvia de estos últimos días. Corta por los pastizales y se lo encuentra a Pollo. Le sonríe. -Y es así - le dice- somos huevos, o tamos fritos o pasados por agua.
Siempre lo hace reír el Pollo. Y eso que él no la tiene fácil. Hace dos años perdió a la señora de un cáncer fulminante. En seis meses la consumió. Dejó dos nenas, una de cinco y otra de dos.  Sin embargo, por más que en los ojos se le posó una sombra, un halo de tristeza casi físico, siempre los hace reír el Pollo. Siempre hace chistes. Les inventa anécdotas de las mujeres desquiciadas con gustos sexuales insólitos con las que salió anoche sólo para hacerlos reír. Le gusta disfrazarse de mujer y hacer bromas pesadas. El Pollo, qué personaje, dicen siempre.
Cuando van llegando a la puerta ven que están todos afuera.
-Cagamos - dice el Pollo.
Y él piensa, yo sabía, ya me palpitaba que algo iba a pasar.
Llegan a la puerta y están todos con cara de velorio. Se acerca el Turco y les da un papel.
-Un papel nos dejaron, los muy hijos de puta, un papel- Lo lee, se lo guarda en el bolsillo, le da un abrazo al Pollo y pega la vuelta.
De espaldas escucha que el Turco le grita:
- Ey! No! Che! ¿a dónde vas.?. No vamos a quedarnos así, vamos a reclamar o de última prendemos fuego todo-
-Ya está
-Eh?
- Que ya está. Me voy. Quiero ir a mi casa.
En el viaje de vuelta se siente descolocado. No pertenece a ese mundo de las 6.

         No viene el colectivo, entonces se pone a caminar, y ahora es él de pibe...camina por los yuyos con el primo, están yendo a inflar la bici a una gomería que quedaba a cincuenta cuadras. Los pibes del barrio ya le habían comentado de esa gomería. Aprovechan que se les pinchó la bici, y se animan. Es una gomería en el medio de la ruta. Un cuartito oscuro lleno de llantas y ruedas tiradas. Y el famoso cartel: “Gomería Moyra: las mejores gomas" con la caricatura de una mujer con los senos más grandes que ellos hayan visto nunca. Cada vez que iban los pibes volvían orgullosos y nerviosos de ser testigos de semejante de pornografía explícita. Todas las veces volvían con cosquillas y triunfantes. Ellos dos son los únicos que no la conocen todavía. Caminan cincuenta cuadras bajo el sol. Cuando llegan, con todo el cansancio, la expectativa y la excitación, está cerrada. La cortina baja y el cartel adentro. Se miran. Miran la bici pinchada. No saben qué hacer. Se habían ocupado de llegar, de la odisea de turnarse para cargarla, hasta habían hablado todo el camino de  lo que iban a hacer cuando llegaran: pedirle un vaso de agua al bicicletero, preguntarle si les dejaba usar el comprensor, volver andando las cincuenta cuadras. Y mirar el cartel, por supuesto, el cartel. Ellos sabían llegar, y llegaron. Lo que no sabían era cómo volver. Con la frustración y la vergüenza que pesaban más que la bicicleta pinchada. Ese pibe abatido y él, son ahora el mismo. Y piensa: claro,  ahora el asunto es cómo volver.
            Y se le viene el puré frío de la vieja, los mates cocidos con pan de los inviernos de la Hiper. Se le viene el viejo y sus mañas, sus pantalones con ruedo y su nostalgia de tango. El viejo y su ceño fruncido, sus bigotes pinchados, sus manos de lija. El verano que se fueron corriendo a la terraza por los tiros, ese cumpleaños brindando por el tío Celso que fue al frente de batalla. Los viajes en micro y los veranos en bicicleta. Se le viene La Flaca. Y con qué cara le digo. Va a enojarse. Y los nenes. Y la cuota. Y el Pollo, siempre el Pollo. No deja de pensar en él. ¿Qué carajo va a hacer el Pollo ahora?

Cuando baja del colectivo siente los hombros pesados. Se mira las manos vacías. Y se siente tan cansado.  Siente que veinte años se le vinieron encima. Siente un vacío infinito, y sabe que tendría que llorar. Que es uno de esos momentos donde hay que llorar. Cómo cuando se fue la señora del Pollo. O no volvió Celso. Pero no le sale. No se lo enseñaron. Sabe que tendría, pero no. No puede.

Llega a casa, el Rayo le mueve la cola. Ya se empiezan a sentir los grados que suben y anuncian otro día de cuarenta de térmica. Entra, apoya el bolso y se sienta. Y se queda ahí. Sentado. Mirando la mesa. Abatido.

No sabe si pasaron cinco minutos o una hora cuando se levanta la Flaca.
 - Qué pasó negro?
-Poné la pava. Vení. Sentate.
-Negro no me asustes.
-Vení. Sentate. Mirá.
Se saca del bolsillo el papel y le muestra. La Flaca rompe en llanto.
-No, no llores que me haces sentís peor.
- No es por vos, lloro de bronca…de impotencia. Me da bronca la injusticia. ¿Con un papel tenían que avisarles? No les podían decir en la cara?
En silencio, se miran.
- No sé qué decirte Flaca, perdoname. En serio. Y sabés qué. No dejo de pensar en el Pollo. ¿Qué va a hacer el Pollo ahora?
Y ahí la Flaca llora más y se tapa los boca para no hacer espamento. Él la abraza. Y ahí sí, afloja y llora también.
- Está bien…llorá .Te hace bien. Aprovechá ahora antes que se despierten los chicos.
-Te juro flaca que me lo palpitaba. Nomás fue salir a la calle y ya lo sentí. Al pálpito.
-No te preocupes. Algo vamos a hacer. Con lo que te paguen podemos poner una parrilla acá afuera a vos que tanto te gusta el asado. Querés? Vos cocinas y yo atiendo. .Que te parece?
- Gracias flaquita, podría ser…
Entonces la Flaca ya no llora y vuelve a ser la flaquita de ojos inquietos de siempre… Ella va siempre de acá para allá. No se les escapa nada y anda a los saltitos, encendida, como el sapucay del chamamé.
-Sí sí, ya mismo me pongo a averiguar todo. Le pido a mi papá la parrilla y a la tía la mesa ... dejá, yo me ocupo.
- Gracias flaquita.
-Y mañana mismo lo llamás al Pollo y le decís si quiere ponerse la parrilla con nosotros y si necesita que le cuidemos las nenas y…
-Shhh. Pará Flaca, ya pusiste tercera y estamos todavía en el punto muerto. Escuchame. Pará. Menos mal .Pensé que te ibas a enojar.
- Noooo, vamos a salir. De esta y de todas.
La agarra de los cachetes y le sonríe.
- Gracias flaquita. .Qué haría yo sin vos. Qué sería de mí, sin mi flaquita.
Y entonces la Flaca lo besa y le pasa la mano por la mejilla. Se acerca a la oreja y le susurra:
- Sabes qué pasa? Yo soy de Corrientes. Y los correntinos somos como el río: sólo sabemos ir para adelante.

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